Max Gómez Canle en ProyectArte

Max propone hacer listas de todo aquello que a uno le gusta, lo que él enuncia como ADN (suma de los productos). “En el arte no hay ningún modelo”, dice. “Nadie puede decir que esto sea una carrera porque no hay ningún lugar al que llegar, ni un tiempo en el que llegar, ni una forma en la que se llegue”.

Al finalizar sus estudios secundarios, en busca de nuevos espacios de circulación de la obra, comenzó con un grupo de compañeros el colectivo “Cielo Borrado”. Con ellos mostraban sus obras en bares, donde montaban las producciones sobre las mesas. Esta movida desembarcó en una muestra en el Centro Cultural Borges, luego de haber pasado por varias muestras de una noche en boliches, el reconocido “Cemento”, etc. Hacia fines de los ´90 con dos amigos armaron el espacio “Ruptus”, ubicado en el barrio del Abasto. Allí, artistas reconocidos, podían armar proyectos sin la presión del mercado. Comenzaba contando Max Gómez Canlé en su visita a ProyectArte.

Acerca de su experiencia en la carrera de Bellas Artes Max cuenta como la pauta era el ser contemporáneo. La obra era demasiado conceptual. La única forma de entrar en el circuito era presentando este tipo de obras a los concursos. “Entonces uno se iba amoldando”, contaba Canlé. Sin darse cuenta fue haciendo cada vez más cosas que a él no le gustaban. Fue por esto que decidió no pintar más y se inclinó hacia la gestión y el cine. Durante este tiempo también aprovechó para viajar por Europa y fue desde esa distancia que comprendió que necesitaba estar acá, en Argentina, para hacer lo que realmente quería. A partir de ahí comenzó con el video-arte y su “reconexión” con el arte, como él denomina a esta etapa.

En relación a su visión sobre el arte, comenta que le genera mucha empatía la creencia de que uno puede cambiar el mundo a través del arte y nos pone como ejemplo de esto a los movimientos de los ´50, que planteaban la inserción del arte en la arquitectura.

A partir de aquí la charla giró en torno al proceso de producción de una obra y la identidad del artista. En este sentido Max propone hacer listas de todo aquello que a uno le gusta, lo que él enuncia como ADN (suma de los productos). “En el arte no hay ningún modelo”, dice. “Nadie puede decir que esto sea una carrera porque no hay ningún lugar al que llegar, ni un tiempo en el que llegar, ni una forma en la que se llegue”. La respuesta de lo que uno tiene que hacer está en uno. Una posibilidad que Gómez Canle considera apasionante. En su caso particular, en su ADN encuentra a la vanguardia, el arte clásico y los primeros juegos de video. Ahí está la geometría como base de todo.

Otra de sus propuestas es regirse por reglas personales. Entre las que figuran en su código se encuentran: “Cuando me dedico mucho y con obsesión, algo bueno sale”, “estar entretenido” como dice Ernesto Ballesteros, “Todo lo que hago, lo tengo que poder cargar”, “Todo el tiempo estoy mirando lo anterior que hice y la obra nueva se incorpora”. Así es como estas simples y ridículas leyes personales, como el las llama, terminan dando identidad a la propia obra.